Vivan en armonía los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes. No se crean los únicos que saben. Ro 12:16.
En nombre de Cristo, les rogamos que se reconcilien con Dios. (2Co 5:20b).
Ese es el mensaje que debemos llevar al mundo, pero nos limitamos en cuanto a cómo podemos llevar estas Buenas Nuevas si nuestros únicos amigos son otros creyentes. Jesús, sin embargo, entendió que su misión era buscar a los perdidos, así que se hizo amigos de los que necesitaban hacerse amigos de Dios. La Biblia dice que los fariseos vieron a Jesús en compañía de personas de mala fama. “Muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y comieron con Jesús y sus discípulos. Cuando los fariseos vieron esto, le preguntaron a sus discípulos: -¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores? Al oír esto, Jesús les contestó: -No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Pero vayan y aprendan lo que significa; ''Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios." Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt 9:10-13). Jesús sabía su propósito, y eso le permitió sentirse relajado entre los incrédulos. Él no estaba preocupado cuando otros lo acusaron de ser un amigo de los pecadores (Lc 19:7) porque estaba haciendo exactamente lo que el Padre le mandó que hiciera: persuadir a los hombres y mujeres a reconciliarse con Dios (2Co 5:20). De igual forma, Jesús quiere que seamos sus representantes, hablando de su parte a los que todavía están "afuera". Sin embargo, muchos cristianos están tan aislados y desconectados de los incrédulos que escasamente tienen una conversación con ellos que tenga sentido. Mientras más tiempo seamos creyentes, más aislados tendemos a estar de los incrédulos. Y, a menudo, mientras más aislados estamos de ellos, más incómodos nos sentimos con ellos. Al final, dejamos de tener amistad alguna precisamente con el pueblo que Jesús quiere que alcancemos. Jesús entendió que nuestro testimonio a los incrédulos comienza con la amistad: ganamos el derecho de hablarles del evangelio mediante las relaciones.
En resumidas cuentas: A la persona no le importa mucho cuánto usted sabe hasta que descubre cuánto ella le interesa a usted. Los incrédulos, como la mayoría de nosotros, están buscando amistades profundas, verdaderas y que los apoyen. El apóstol Pablo dijo que debemos procurar encontrar un "terreno común" con los incrédulos, para así poderles hablar acerca de Cristo. “Entre los que no tienen la ley, me volví judío, a fin de ganarlos a ellos. Entre los que viven bajo la Ley me volví como los que están sometidos a ella (aunque no estoy libre de la ley de Dios sino comprometido con la ley de Cristo), a fin de ganar a los que están sin ley” (1Co 9:21-23). Encontrar un terreno común expresa una actitud de amistad, mediante la cual buscamos lo positivo en lugar de lo negativo en los que no tienen la fe. Cuando Jesús comenzó a hablar a la mujer en el pozo (Jn 4:4-26), él buscó un terreno común en lugar de condenarla. Como resultado, no solo ella se reconcilió con Dios, sino que además trajo a sus amistades y familia a la presencia de Jesús. De este ejemplo vemos que nuestra amistad con los incrédulos requiere que comprendamos la diferencia entre amarlos y amar sus costumbres. En Juan 3:16 se nos dice: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Lógicamente, Dios ama a las personas, las personas del mundo, pero eso no es lo mismo que amar los valores del mundo. Se nos dijo: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre” (1Jn 2:15).
Edificar amistades requiere:
(1) Cortesía. “Que su conversación sea amena y de buen gusto; así sabrán cómo responder a cada uno” (Col 4:6).
(2) Frecuencia. Debemos emplear tiempo con los incrédulos para hacernos amigos de ellos.
(3) Autenticidad. “El amor debe ser sincero; aborrezcan el mal, aférrense al bien” (Ro 12:9).