Queridos hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con hechos y de verdad. 1Jn 3:18
Las personas saben que las queremos cuando les demostramos que las queremos.
Jesús se detuvo. Se detenía cada vez que las personas necesitaban Su ayuda, cada vez que necesitaban Su consuelo, cada vez que necesitaban Su protección, cada vez que necesitaban una respuesta a un problema que los dejaba perplejos. Jesús vio las interrupciones en Su vida como oportunidades divinas para mostrar el amor de Dios a un pueblo con una necesidad desesperada. Jesús abordó el tema del amor desde esta perspectiva "muéstrame y luego dime”.
Jesús definió el amor como satisfacer necesidades, y cuando tocaba a las personas, ellos reconocían que estaban en un lugar de misterio santo, que Dios estaba obrando en ellos. Ellos adoraban tranquilamente y luego le mostraban su agradecimiento con gran algarabía, diciéndose: “Dios ha venido en ayuda de su pueblo” (Lc 7:l6). Jesús expresó su amor mediante acciones. Él nos llama a ser figuras de acción, pero no quiere que estemos tan ocupados por salvar al mundo que no atendamos las interrupciones de los que tienen necesidades. Como el Buen Samaritano, Jesús quiere que siempre estemos listos a poner a un lado nuestra agenda para ayudar a alguien necesitado (Lc 10:25-37). La Biblia dice: “Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?” (1Jn 3:17).
Jesús demostró que la fe y el servicio caminan de la mano. Cuando la mujer de pobre reputación ungió los pies de Jesús con un aceite caro y con sus lágrimas le lavó los pies, secándoselos con su cabello, Jesús le dijo: “Tu fe te ha salvado; vete en paz” (Lc 7:50). Su acto de servicio era un reflejo de su fe en Dios. Cuando los discípulos de Juan el Bautista le pidieron a Jesús que verificara que Él era el Cristo, su respuesta fue señalar su servicio. Él dijo: “Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas” (Lc 7:22). Como más tarde enseñó Santiago: “nosotros debemos ser hacedores de la Palabra, no solo oidores. Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario, y uno de ustedes les dice: ‘Que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse’, pero no les da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta” (Stg 2:14-17). Si no somos hacedores de la Palabra , estaremos amputando el cuerpo de Cristo, cortando sus brazos y piernas para que solo quede una boca grande. “Si todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo?” (1Co 12:19). En cierta ocasión, Francisco de Asís escribió: "Predique el evangelio y, si es necesario, use palabras". Para mostrar nuestro amor, ninguna tarea debe ser demasiado servil. Jesús se especializó en hechos de servicio que la mayoría de las personas procura evitar: lavar los pies, ayudar a los niños, preparar el desayuno y servir a los leprosos. Nada lo hacía sentirse inferior, porque su servicio fluía de su amor.
Jesús indicó que nuestros actos de amor deben ser prácticos; incluso dar un vaso de agua fría en su nombre es un acto de amor (Mt 10:42). Hay tantas necesidades en el mundo, simplemente mire a los alrededores y comience a solucionar lo que ve: Ayude a alguien a cortar el césped. Cuide al hijo de un vecino. Traiga comidas a los confinados en su hogar. Cuide al enfermo. Haga de comer a los huérfanos y niños de la calle. Visite al preso. Comience el hábito de preguntar: "¿Cómo puedo servirte hoy?" Servimos a Dios al servir a otros, y juntos podemos servir mejor (Ecl 4:9). Considere cómo su iglesia en casa puede trabajar junto con para ayudar a los necesitados.