Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes. 1P 5:5.
Recuerde ser olvidadizo.
La vida de un siervo requiere una especie de falta de memoria, la capacidad de olvidarnos de nosotros lo suficiente como para velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás (Fil 2:4). Es decir, la disposición para dar una mano cuando se requiera la ayuda. Debemos desarrollar una actitud como la de Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo (Fil 26-7) y luego cada uno de nosotros debe agradar al prójimo para su bien (Ro 15:2). En otras palabras, debemos mirar a las personas que nos rodean y preguntarnos: "¿Cómo puedo ayudar?" Una noche Jesús contestó esta pregunta acerca de la ayuda cuando se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sw discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura (Jn 134-5). Lavar los pies de otra persona era una tarea que típicamente se reservaba para los siervos más inferiores, pero Jesús, hablando sin palabras, nos mostró que ningún acto de servicio estaba por debajo de su corazón de amor. Él ponía las necesidades de sus discípulos por encima de las suyas incluso cuando la sombra de su muerte oscureció su día.
La clave de la humildad es saber quién uno es. Cuando uno entiende quién es, se siente cómodo al tomar la toalla en lugar de ser el centro de atención. A Jesús no le importaba si alguien lo confundía con un siervo porque él sabía que esta era su misión en la vida. A él le interesaba más servir a los demás que impresionarlos. El centurión de Lucas 7 era un hombre cuya humildad era digna de destacar. Jesús venía de camino y el comandante envió un mensaje: Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entres bajo mi techo . . . Pero con una sola palabra que digas, quedará sano mi siervo. Yo mismo obedezco órdenes superiores y, además, tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: "Ve”, y va, y al otro: "Ven'', y viene (Lucas 7:5-8). Él podía haber insistido en que Jesús terminara el viaje hasta su casa y ¿acaso eso no lo hubiera puesto en el centro de atención de la comunidad? Pero la necesidad era que su siervo sanara, no impresionar al distrito rural. Aun más asombrosa es la manera en que el soldado se describe a sí mismo ante Jesús. En lugar de destacar su alto rango, él menciona su situación como alguien que está bajo autoridad. Él entendía que su autoridad para dar órdenes estaba interconectada con su capacidad para recibirlas, y que su importancia y valor no tenían nada que ver con su posición dentro de la ley del más fuerte.
La humildad sencillamente significa que tenemos una evaluación precisa e imparcial de nuestros puntos fuertes y nuestras debilidades. Entendemos nuestra forma y dones y estamos conscientes de nuestras limitaciones, pero estas no nos agobian. Vemos todo lo que tenemos como un regalo de Dios, y sabemos que sin él no tenemos nada.
Nuestro primer paso crucial para desarrollar la humildad de Jesús es entender por completo la magnitud del amor de Dios hacia nosotros. Cuando dejemos que la anchura, largo, altura y profundidad del amor de Cristo se deslicen por nuestro ser interior (Ef 3:18), hallaremos que nuestras inseguridades desaparecen y recibiremos el poder para servir a otros con una humildad auténtica.
La humildad es el resultado de saber quién somos en Cristo.