lunes, 6 de septiembre de 2010

Tema del dia 34

[Escucha y Lee]

En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar las vidas por nuestros hermanos. 1Jn 3:16.

El servicio verdadero requiere un verdadero sacrificio. 

Sin embargo, el estilo de vida de algunos creyentes implica muy poco o ningún sacrificio. Están familiarizados con el texto de Jn 3:16: Porque tanto amó Dios al mundo,  pero de igual manera necesitan familiarizarse con 1Jn 3:16: En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos. Pablo dice que nuestra obra como siervos de Dios se confirma en sufrimientos, privaciones y angustias: en azotes, cárceles y tumultos; en trabajos pesados, desvelos y hambre. Servimos con pureza, conocimiento, constancia y bondad; en el Espíritu y en amor sincero; con palabras de verdad y con el poder de Dios; con armas de justicia, tanto ofensiva como defensivas; por honra y por deshonra, por mala y por buena fama; veraces, pero tenidos por engañadores; conocidos, pero tenidos por desconocidos; como moribundos, pero aún con vida; golpeados, pero no muertos; aparentemente tristes, pero siempre alegres; pobres en apariencia, pero enriqueciendo a muchos; como si no tuviéramos nada, pero poseyéndolo todo (2Co 6:4-10). Pablo consideraba que valía la pena el sacrificio por enriquecer las vidas de otros creyentes en el nombre de Cristo, no importaba el costo (Fil 37). Él mantenía sus ojos fijos en el premio (Fil 3:14). Él seguía a Jesús, quien soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba (He 12:2). Jesús echó a un lado los privilegios de la deidad y asumió una naturaleza de siervo (Fil 2:7), es decir, de esclavo, para que aquellos que creyeran en él pudieran ser marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido (Ef 1:13). Usted y yo nos beneficiamos a diario de los sacrificios de otros creyentes. Una ilustración sencilla es la Biblia que usted tiene en casa. ¿Alguna vez ha pensado en cuántas personas se han sacrificado para que usted tenga un una Biblia en sus manos y en su propio idioma? Las generaciones que nos precedieron se sacrificaron por nosotros y ahora nos corresponde a nosotros cumplir el propósito de Dios para nuestra generación (Hch 13:36). Dios no nos pide que demos más de lo que Jesús dio, quien vino para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debernos amarnos unos a los otros (1Jn 4:10-11). 

Para que nuestro sacrificio se asemeje a Jesús debe ser:
1.  Voluntario. Jesús dijo que su vida no se le quitaba, sino que él la entregaba libremente (Jn 10:18). De la misma manera Esteban, el primer mártir cristiano, ofreció su vida voluntariamente (Hch 7.53-60). Puede que no se nos pida que muramos por nuestra fe, pero Jesús sí espera que muramos cada día a nuestros intereses por amor a los demás (Lc 3:23).
2.  Costoso. David, el rey de Israel, dijo que no le ofrecería a Dios un sacrificio que no le costara nada (2S 24:24) Servir a Dios es costoso y el costo es más que financiero. Puede que se nos pida que renunciemos a nuestros sueños, nuestras expectativas, nuestra reputación, nuestro retiro, cualquier cosa que Dios pida de nosotros para enriquecer a otros.
3.  Constante. Tenemos que darnos los unos a los otros en amor (Ef 4:2), haciendo por los demás lo que ellos no pueden hacer por sí mismo; esto debemos hacerlo de manera regular, no según nos parezca.

¿Cuáles son algunas maneras de sacrificarnos a diario?
·   Entregue su tiempo para ocuparse de aquellos que lo rodean.
·   Entregue su reputación al representar a Jesús.
·   Arriésguese a ser rechazado al defender a otros creyentes.
·   Apoye a las personas en su iglesia en casa que quieran ir de misión.
·   Use sus vacaciones para desarrollar un ministerio.


Cuando obedecemos voluntariamente el mandato de las Escrituras que cada uno … ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo (Ro 12:1), descubrimos que servirnos los unos a los otros es el aspecto fundamental de la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta para nuestras vidas (Ro 12:2).