Cuando Dios parece distante.
El Señor ha escondido su rostro del pueblo. Pero yo esperaré en Él, pues en Él tengo puesta mi esperanza. Is 8:17
Cuando las cosas marchan bien en nuestra vida, es fácil adorar a Dios: cuando nos ha provisto alimento, amigos, familia, salud y alegría. Pero las circunstancias no siempre son tan agradables. ¿Cómo adoramos a Dios, entonces? ¿Qué hacemos cuando Dios parece estar a millones de kilómetros de distancia? El grado de adoración más profundo es alabar a Dios a pesar del dolor: agradecer a Dios durante una prueba, confiar en Él durante la tentación, aceptar el sufrimiento y amarlo aunque parezca distante. La prueba de la amistad es la separación y el silencio; cuando estamos separados por una distancia física o nos vemos imposibilitados de hablar. En el caso de nuestra amistad con Dios, no siempre nos sentimos cercanos a Él. Philip Yancey, puntualiza: “En cualquier relación hay momentos de intimidad y momentos de distanciamiento, y en la relación con Dios, no importa lo íntima que sea, el péndulo también se moverá de un lado a otro”. Entonces sí que la adoración se pone difícil. Para madurar nuestra amistad, Dios la pondrá a prueba con períodos de aparente separación: momentos en que sentiremos que nos abandonó nos olvidó. Dios parecerá estar a millones de kilómetros. San Juan de
Cuéntale a Dios exactamente cómo te sientes.
Derrama tu corazón ante Dios. Descarga todas tus emociones y sentimientos. Job lo hizo cuando dijo: “¡No guardaré silencio! Estoy enojado y amargado. ¡Tengo que hablar!”. Cuando Dios parecía distante Job añoraba: “¡Qué días aquellos, cuando yo estaba en mi apogeo y Dios bendecía mi casa con su íntima amistad!”. Dios puede encargarse de las dudas, el enojo, el temor, el dolor, la confusión y las preguntas que tengas. ¿Sabes que reconocer tu desesperanza ante Dios puede ser una afirmación de fe? Es posible confiar en Dios y sentirse afligido al mismo tiempo. David escribió: “Aunque digo: “Me encuentro muy afligido”, sigo creyendo en Dios”. Puede parecer una contradicción: confío en Dios, ¡pero estoy destrozado! La franqueza de David en realidad revela una profunda fe. 1º creía en Dios. 2º creía que Dios escuchaba su oración. 3º creía que Dios le permitiría decir lo que sentía y lo seguiría amando.
Concéntrate en quién es Dios, en su naturaleza inmutable.
A pesar de las circunstancias y de los sentimientos, depende del carácter inmutable de Dios. Recuerda las verdades eternas de Dios: Él es bueno, me ama, está conmigo, sabe lo que me pasa, se interesa en mí, tiene un plan para mi vida. Raymond Edman dijo: “Nunca dudes en la oscuridad de lo que Dios te dijo en la luz”. Cuando la vida de Job se desmoronó, y Dios mantuvo silencio, Job todavía encontró motivos para alabar a Dios: “Él es bueno y amoroso. Él es todopoderoso. Él conoce todos los detalles de mi vida. Él tiene el control. Él tiene un plan para mi vida. Él me salvará.”
Confía en que Dios cumplirá sus promesas.
Durante las épocas de sequía espiritual debemos depender pacientemente de las promesas de Dios y no de nuestras emociones; debemos reconocer que nos está conduciendo a un grado más profundo de madurez. Una amistad basada en emociones es, sin duda, superficial. No te preocupes por tus preocupaciones. El carácter de Dios no cambia con las circunstancias. La gracia de Dios todavía tiene toda su fuerza; Él todavía está de tu lado, aunque no lo sientas. Cuando Job sintió la ausencia de Dios, siguió dependiendo de Su Palabra: “No me he apartado de los mandamientos de sus labios; en lo más profundo de mi ser he atesorado las palabras de su boca”. Gracias a que confiaba en la Palabra de Dios, Job pudo mantenerse fiel, aunque nada parecía tener ningún sentido. Su fe era fuerte en medio del dolor. “Dios podrá matarme, pero todavía confiaré en Él”. Adoras a Dios de una manera más profunda cuando mantienes tu confianza en Él a pesar de que sientas que te ha abandonado.
Recuerda lo que Dios hizo por ti.
Aunque Dios nunca hubiera hecho algo por ti, aun así merecería tu continua alabanza por el resto de tu vida por lo que Jesús hizo en la cruz. ¡El Hijo de Dios murió por ti! Ese es el motivo más importante de la adoración. Por desgracia, olvidamos la crueldad del sacrificio y la agonía que Dios sufrió. La familiaridad genera complacencia. Incluso antes de su crucifixión, al Hijo de Dios lo desnudaron y lo golpearon hasta dejarlo irreconocible; lo azotaron, lo insultaron y se burlaron de Él, le pusieron una corona de espinas y lo escupieron con desprecio. Hombres crueles abusaron de Jesús y lo ridiculizaron, lo trataron peor que a un animal. Después de estar casi inconsciente por las hemorragias, lo obligaron a cargar una pesada cruz por un camino ascendente, lo clavaron en esa cruz y lo dejaron morir lentamente, en una atroz muerte por crucifixión. Mientras se desangraba, tuvo que escuchar las burlas y los insultos del gentío que se divertía viendo su dolor, desafiando su afirmación de ser Dios. Además, mientras el Señor cargaba todo el pecado y toda la culpa de la humanidad sobre su persona. Dios miró a otro lado y Jesús exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Él pudo haberse salvado a sí mismo, pero entonces no habría podido salvarte a ti. No hay palabras que puedan explicar la oscuridad de ese momento. ¿Por qué Dios permitió y toleró ese maltrato tan espantoso y malvado? ¿Por qué? Para que no tuvieras que pasar la eternidad en el infierno, y para que pudieras estar en Su gloria para siempre. La Biblia dice: “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador para que en Él recibiéramos la justicia de Dios”. Jesús dio todo de sí para que tuvieras todo. Murió para que pudieras vivir para siempre. Eso por sí solo ya es suficiente para merecer tu gratitud y alabanza continua. Nunca más te preguntes qué motivos tienes para agradecer a Dios.