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Un lugar a pertenecer.
Ya son ustedes... miembros de la familia de Dios, ciudadanos del país de Dios y conciudadanos de los cristianos de todas partes. Ef 2:19
...la familia de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, la cual sostiene y defiende la verdad. 1Ti 3:15b
Eres llamado a pertenecer, no sólo a creer.
Incluso en el entorno perfecto y sin pecado, en el jardín del Edén, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”. Nos creó para vivir en comunidad, para la comunidad, para la comunión y para tener una familia, y no podemos cumplir los propósitos de Dios por sí solos. En la Biblia no hay ningún ejemplo de santos solitarios o ermitaños espirituales aislados de otros creyentes y privados de la comunión. La Biblia dice que formamos un cuerpo, somos sus miembros, hemos sido edificados juntamente, formados articulaciones, somos herederos conjuntos, estamos sostenidos y ajustados en conjunto, y seremos arrebatados juntos. Ya no podemos valernos por nosotros mismos. Aunque nuestra relación con Cristo es personal, la intención de Dios no es que sea privada. En al familia de Dios estamos conectados con todos los demás creyentes, y nos pertenecemos mutuamente por la eternidad. La Biblia dice: “También nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás”. Seguir a Cristo implica participación, no solamente creer. Somos miembros de su cuerpo: la iglesia C.S.Lewis señaló que la palabra miembro tiene origen cristiano, pero que el mundo la ha vaciado de su significado original. Las casas comerciales ofrecen descuentos a sus “miembros” y los publicistas usan los nombres de sus miembros para crear listas de correspondencia. En muchas iglesias, la membresía suele reducirse a agregar su nombre a un registro, sin más requisito ni obligaciones. Para Pablo, ser “miembro” de la iglesia significaba ser un órgano vital de un cuerpo con vida, una parte indispensable y ligada al cuerpo de Cristo. Necesitamos recuperar y poner en práctica el significado bíblico de ser miembro. La iglesia es un cuerpo, no un edificio; es un organismo, no una organización. Para que los órganos de tu cuerpo cumplan su propósito, deben estar conectados al cuerpo. Lo mismo es cierto en tu caso, como parte del cuerpo de Cristo. Dios te creó para desempeñar un papel específico, pero si no te vinculas a una iglesia viva y local, te perderás el segundo propósito de tu vida. Descubrirás tu papel en la vida mediante tu relación con los demás. La Biblia dice en Ro 12:4-5: “El sentido de cada una de las partes lo da cuerpo en su totalidad y no al contrario. Estamos hablando del cuerpo de Cristo formado por su pueblo elegido. Cada uno de nosotros encontramos nuestro sentido y función como parte de su cuerpo. Si somos un dedo de la mano o del pie cortados y sueltos, no servimos de mucho, ¿no?”. Fuera del cuerpo, los órganos se secan y mueren. No pueden sobrevivir solos; nosotros tampoco. Desvinculado y sin la fuente de vida que brinda el cuerpo local, tu vida espiritual se marchitará y dejará de existir. Por ese motivo, el primer síntoma del enfriamiento espiritual suele ser la asistencia irregular a los cultos de adoración y otros encuentros de creyentes. Cuando descuidamos la comunión, todo lo demás también se va a pique. Ser miembro de la familia de Dios tiene repercusiones y no es algo para ser ignorado casualmente. La iglesia es parte del plan de Dios para el mundo. Jesús dijo: “Edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella”. La iglesia es indestructible y existirá por la eternidad. Sobrevivirá al universo, y tu papel en ella también. La persona que dice: “No necesito a la iglesia”, es arrogante o ignorante. La iglesia es tan importante que Jesús murió en la cruz por ella. “Cristo amó a la iglesia entregó su vida por ella”. La Biblia llama a la iglesia “la esposa de Cristo” y “el cuerpo de Cristo”. No me puedo imaginar diciéndole a Jesús: “Te amo, pero no me gusta tu esposa”, o “Te acepto, pero rechazo tu cuerpo”. Sin embargo, eso es lo que hacemos cuando le restamos importancia, menospreciamos o nos quejamos de la iglesia. Por el contrario, Dios nos manda a amarla tanto como la ama Jesús. La Biblia nos ordena “amar a nuestra familia espiritual”. Es triste ver que muchos cristianos usan la iglesia, pero no la aman.
LA CONGREGACIÓN LOCAL.
Con pocas excepciones importantes que tiene que ver con todos los creyentes en la historia, casi todas las veces que se usa la palabra iglesia en la Biblia se refiere a la congregación local y visible. El Nuevo Testamento da por sentado que los creyentes eran miembros de una congregación local. Los únicos cristianos que no lo eran, eran los que estaban sujetos a la disciplina de la congregación o que habían dejado de tener comunión por casos de inmoralidad. La Biblia dice que un cristiano sin iglesia materna es como un órgano sin un cuerpo, una oveja sin rebaño o un niño sin familia. No es su estado natural. La Biblia dice que somos “miembros de la familia de Dios... conciudadanos de los cristianos de todas partes”. En la actualidad, el individualismo independiente de nuestra cultura ha creado muchos huérfanos espirituales: “creyentes conejos” que saltan de una iglesia a otra sin identificarse, sin rendir cuentas ni comprometerse con ninguna. Muchos creen que es posible ser un “buen cristiano” si unirse (a veces sin siquiera asistir) a una iglesia local, pero Dios no está de acuerdo con eso. Su Palabra ofrece muchas razones de peso para justificar la necesidad de estar comprometidos y ser activos en la comunión.
LA NECESIDAD DE LA FAMILIA DE IGLESIA.
Ser una familia eclesiástica te permite identificar como creyente genuino.
No puedo decir que sigo a Cristo si no tengo ningún compromiso con otro grupo específico de discípulos. Jesús dijo: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”. Somos testimonio al mundo cuando, viniendo de distintas culturas, razas y clases sociales, nos reunimos en amor como una familia en la iglesia. No somos parte del cuerpo de Cristo en soledad. Necesitamos a los demás para expresar que somos miembros del cuerpo. Juntos, no por separado, somos miembros de su cuerpo.
Ser una familia eclesiástica te aparta del aislamiento egocéntrico.
La iglesia local es el salón de clases donde aprendes a vivir en la familia de Dios. Es el laboratorio donde se practica el amor comprensivo y sin egoísmo. Como miembro participante podrás aprender a interesarte en los demás y a -conocer la experiencia de otros: “Si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él”. Únicamente por medio del contacto regular con creyentes comunes e imperfectos podremos aprender a tener comunión verdadera y experimentar la verdad del Nuevo Testamento que afirma que estamos ligados y dependemos unos de otros. La comunión bíblica consiste en estar tan comprometidos con los demás como lo estamos con Jesucristo. Dios espera que entreguemos nuestra vida unos por otros. Muchos cristianos conocen el versículo de Juan 3:16 pero se olvidan de 1º Juan 3:16: “En esto conocemos lo que es el amor; en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos”. Este es el tipo de sacrificio de amor que Dios espera que demostremos a los demás creyentes: una disposición a amarlos del mismo modo que Dios nos amó.
Ser una familia eclesiástica te ayuda a mantenerte en forma espiritualmente.
No podrás madurar si sólo asistes a los cultos de adoración y eres un espectador pasivo. Sólo podemos mantenernos espiritualmente en forma si participamos en toda la vida de una congregación local. La Biblia declara: “Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro”. El Nuevo Testamento emplea más de cincuenta veces la frase “unos a otros” o “unos con otros”. Se nos manda amar; orar; alentar; amonestar; saludar; servir; enseñar; aceptar; honrar; llevar las cargas; perdonar; someternos; comprometernos y muchas otras tareas mutuas y recíprocas. ¡Esto es membresía bíblica! Estas son tus “responsabilidades familiares” que Dios espera que cumplamos por intermedio de una congregación local. ¿Con quién estás cumpliendo estas obligaciones? Puede parecer más fácil ser santo cuando no hay nadie a nuestro alrededor que pueda frustrar nuestras preferencias, pero esta santidad es falsa y no verificable. El aislamiento genera engaño: es fácil engañarse creyendo que somos maduros si no nos comparamos con otros. La verdadera madurez se demuestra en las relaciones. Para crecer necesitamos algo más que la Biblia, necesitamos a otros creyentes. Creceremos más rápido y seremos más fuertes si aprendemos de los demás y asumimos nuestra responsabilidad. Cuando otros comparten lo que Dios les está enseñando, aprendo y crezco.
El Cuerpo de Cristo te necesita.
Dios tiene un papel exclusivo para que lo desempeñes en su familia. Es tu “ministerio”, y para desempeñarlo Dios te ha dado dones: “para ayudar a toda la iglesia Dios ha provisto a cada uno con dones espirituales”. La congregación local es el lugar que Dios ha provisto para descubrir, desarrollar y usar tus dones. Es posible que además tengas un ministerio más amplio, pero eso es un agregado al servicio del cuerpo local. Jesús no prometió edificar tu ministerio; sino edificar su iglesia.
Compartirás la misión de Cristo en el mundo.
Cuando Jesús caminó sobre esta tierra, Dios obró mediante el cuerpo físico de Cristo; hoy usa su cuerpo espiritual. La iglesia es el instrumento de Dios sobre la tierra. No solamente debemos ser ejemplo del amor de Dios amándonos unos a otros; también debemos llevar juntos ese amor al resto del mundo. Es un privilegio increíble que compartimos. Como miembros del cuerpo de Cristo, somos sus manos, sus pies, sus ojos y su corazón, Él obra en el mundo por nuestro intermedio. Pablo nos dice que “Dios nos ha creado en Cristo Jesús para trabajar juntos en su obra, en las buenas obras que Dios ha dispuesto para que hagamos, en la obra que más vale que pongamos en práctica”.
La familia eclesiástica evitará que te apartes.
Nadie es inmune a la tentación. Dadas las circunstancias apropiadas, tú como yo podríamos ser capaces de cometer cualquier pecado. Como Dios sabe eso, nos ha asignado como individuos la responsabilidad de cuidarnos mutuamente. La Biblia dice: “Anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado”. “No te metas en mi vida” no es una frase que un cristiano debiera decir. Dios nos llama y nos manda a asumir un compromiso con los demás. Si sabes de alguien que en este mismo momento está flaqueando espiritualmente, es tu responsabilidad buscar a esa persona y devolverla a la comunión. Santiago dice que”si sabemos de alguno que se extravía de la verdad de Dios, no lo descartemos, busquémoslo y hagámoslo volver”. Otro beneficio relacionado con la iglesia local es que brinda la protección espiritual de líderes consagrados. Dios ha dado a los líderes pastorales la responsabilidad de guardar, proteger, defender y velar por el bienestar espiritual de su rebaño “porque ellos cuidan de ustedes sin descanso, y saben que son responsables ante Dios de lo que a ustedes les pase”. A Satanás le gustan los creyentes desarraigados, desconectados de la energía del cuerpo, aislados de la familia de Dios, sin responsabilidades frente a sus líderes espirituales: sabe que están indefensos y sin fuerza para enfrentarse a sus tácticas.
TODO ESTÁ EN LA IGLESIA.
En mi libro Una iglesia con propósito expliqué cómo el formar parte de una iglesia espiritualmente saludable es esencial para tener una vida sana. Espero que también leas ese libro porque te ayudará a entender cómo Dios diseñó su iglesia específicamente para ayudarte a cumplir los cinco propósitos que Él tiene para tu vida. Él creó la iglesia para satisfacer las cinco necesidades más básicas de tu vida: un propósito para vivir, personas con quienes vivir, principios para vivir, una profesión para desarrollar y el poder para vivir. Sólo hay un lugar en la tierra donde es posible encontrar estos cinco beneficios reunidos en el mismo lugar. Los propósitos de Dios para su iglesia son los mismos que tiene para tu vida. La adoración te ayudará a concentrarte en Dios; la comunión te ayudará enfrentar los problemas de la vida; el discipulado te ayudará a fortalecer tu fe; el ministerio te ayudará a descubrir tus talentos; el evangelismo te ayudará a cumplir tu misión.¡No hay nada como la iglesia en la tierra!
TU ELECCIÓN.
Cuando nace un bebé, él o ella se convierte automáticamente en parte de la familia universal de los seres humanos. Pero ese bebé también necesita ser miembro de una familia en particular para recibir el cuidado y el cariño que requiere para crecer, tener salud y ser fuerte. Lo mismo es cierto en el aspecto espiritual. Cuando nacemos de nuevo, automáticamente pasamos a formar parte de la familia universal de Dios, pero también necesitamos ser miembros de una expresión local de ese núcleo. La diferencia entre ser un mero asistente al templo y un miembro de la iglesia es el compromiso. Los asistentes son espectadores frente al escenario; los miembros están comprometidos con el ministerio. Los asistentes son consumidores; los miembros, contribuyentes. Los asistentes desean tener los beneficios de la iglesia sin compartir las obligaciones. Son como parejas que quieren vivir juntas sin comprometerse y formar un matrimonio. ¿Por qué es importante unirse a la familia de una iglesia local? Porque es en la práctica, no en la teoría, como demuestras tu compromiso con tus hermanos y hermanas. Dios quiere que ames a personas reales, no ideales. Puedes pasarte toda tu vida buscando la iglesia perfecta, pero nunca la encontrarás. Dios nos llama a amar a los pecadores como Él nos amó. En los Hechos, los cristianos de Jerusalén tenían compromisos muy específicos entre sí. Se dedicaban a la comunión. La Biblia nos dice “que se comprometían con la enseñanza de los apóstoles, la vida en comunidad, las comidas comunitarias y las oraciones”. Dios hoy espera el mismo compromiso de tu parte. La vida cristiana es más que el simple compromiso con Cristo: también implica el compromiso con otros cristianos. Los creyentes de Macedonia entendieron esto. Pablo dijo de ellos: “Se entregaron a sí mismos, primeramente al Señor y después a nosotros, conforme a la voluntad de Dios”. Después de convertirte en hijo de Dios, el siguiente paso natural que debes dar es convertirte en miembro de una congregación local. Cuando te comprometes con Cristo, te conviertes en cristiano; pero te conviertes en miembro de una iglesia cuando te comprometes con un grupo específico de creyentes. La primera decisión trae la salvación; la segunda, la comunión.