Requiere tiempo.
Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo. Ecl 3:1
Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús. Fil 1:6.
No hay atajos en el camino hacia la madurez.
Convertirnos en adultos requiere años, y toda una estación para que el fruto crezca y madure. Eso también es cierto con respecto al fruto del Espíritu. El desarrollo de un carácter semejante al de Cristo no se puede apresurar. El crecimiento espiritual, como el físico, lleva tiempo. Cuando se intenta acelerar la maduración de la fruta, pierda su sabor. En Estados Unidos, por lo general, se arrancan los tomates sin madurar para que no se magullen cuando son enviados a los mercados. Después, antes de ser vendidos, estando aún verdes, son rociados con CO2 para que queden rojos el instante. Los tomates rociados con gas son comestibles pero su sabor no tiene punto de comparación con el de un tomate al que se le permitió madurar a su tiempo. Mientras nosotros nos preocupamos en qué tan rápido crecemos. Dios se interesa en qué tan fuertes crecemos. Dios ve nuestras vidas desde y para la eternidad, por eso nunca tiene prisa. Lane Adams en cierta oportunidad comparó el proceso del crecimiento espiritual con la estrategia que los aliados usaron en
¿POR QUÉ TOMA TANTO TIEMPO?
Aunque Dios podría transformarnos en un instante, decidió desarrollarnos lentamente. Jesús entrena a sus discípulos de forma pausada. Así como Dios les permitió a los israelitas tomar la tierra prometida “poco a poco” para que no quedaran agobiados, prefiere trabajar en nuestras vidas avanzando paso a paso. ¿Por qué toma tanto tiempo cambiar y crecer? Hay varias razones.
Somos de lento aprendizaje.
A menudo tenemos que releer una lección cuarenta o cincuenta veces para captarla realmente. Los problemas siguen repitiéndose, y pensamos: “¡Otra vez no! ¡Eso ya lo aprendí!”; pero Dios sabe más. La historia de Israel ilustra cuán rápidamente olvidamos las lecciones que Dios nos enseña y cuán pronto regresamos a nuestros viejos modelos de conducta. Necesitamos repetidas exposiciones de la lección.
Tenemos mucho que desaprender.
Muchas personas van a un psicólogo por un problema personal o relacional que desarrollaron durante años y le dicen: “Necesito que me arregle esta situación. Tengo una hora”. ¡Qué ilusos! Esperan una solución rápida a una dificultad histórica y profundamente arraigada. Dado que la mayoría de nuestros problemas ¾y de todas nuestras malas costumbres¾ no se desarrollaron de la noche a la mañana, es poco realista esperar que se marchen de inmediato. No hay ninguna píldora, oración o principio que deshaga al instante el daño provocado en el transcurso de muchos años. Requiere arduo trabajo de eliminación y sustitución.
Tememos enfrentar con humildad la verdad acerca de nosotros mismos.
Ya he señalado que la verdad nos hará libres, pero a menudo primero nos hace sentir infelices. El temor de lo que podríamos descubrir si enfrentáramos con sinceridad nuestros defectos de carácter nos mantiene presos en la negación. Sólo en la medida que permitamos que Dios, con la luz de su verdad, ilumine nuestros defectos, fracasos y complejos, podremos empezar a trabajar en ellos. Por eso no podemos crecer sin una actitud humilde y con una buena disposición de aprender.
A menudo el crecimiento es doloroso y nos asusta.
No hay crecimiento sin cambio, no hay cambio sin temor o pérdida, y no hay pérdida sin dolor. Todo cambio involucra alguna clase de pérdida: debes desprenderte de las viejas costumbres para poder experimentar las nuevas. Tenemos miedo de estas nuestra propia derrota porque, como ocurre con un par de zapatos gastados, al menos son cómodos y familiares. A menudo las personas construyen su identidad alrededor de sus defectos. Suelen decir: “Es que así soy yo cuando...” y “Así es como soy”. La preocupación inconsciente es que si abandono mi hábito, mi herida o mi complejo, ¿quién seré? Este temor definitivamente puede frenar tu crecimiento.
Desarrollar hábitos lleva tiempo.
Recuerda que tu carácter es la suma de todos tus hábitos. No puedes decir que eres amable a menos que por costumbre lo seas, muestras tu gentileza aun sin pensarlo. No puedes decir que eres íntegro a menos que tengas por hábito ser siempre sincero. Un marido que es fiel a su esposa la mayor parte del tiempo ¡no es fiel en absoluto! Sus hábitos definen su carácter. Hay sólo una manera de desarrollar los hábitos de un carácter semejante al de Cristo: Practicarlos: ¡y eso toma tiempo! No existen hábitos instantáneos. Pablo instó a Timoteo: “Practica estas cosas. Consagra tu vida a ellas para que todos puedan ver tu progreso”. Si practicas algo durante un tiempo, te perfeccionas en eso. La repetición es la madre del carácter y la habilidad. Estos hábitos que edifican el carácter se llaman a menudo “disciplinas espirituales”, y hay docenas de grandes libros que pueden enseñarte cómo realizarlas. Sugiero que leas los mejores para tu crecimiento espiritual.
NO TE APRESURES.
Mientras creces en la madurez espiritual, hay varias maneras de cooperar con Dios en el proceso.
Cree que Dios está trabajando en tu vida aun cuando no lo sientas.
El crecimiento espiritual es a veces un trabajo tedioso, en el cual se avanza un pequeño paso a la vez. Espera un progreso gradual.
Ten un cuaderno o diario para anotar las lecciones aprendidas.
Este no es un diario de acontecimientos, sino un registro de lo que estás aprendiendo. Apunta los descubrimientos y lecciones que Dios te enseña acerca de Él, de ti, de la vida, de las relaciones y de todo lo demás (Apéndice 2). Anótalas para que puedas repasarlas y recordarlas y pasárselas a la siguiente generación. La razón por la cual debemos volver a aprender las lecciones es porque las olvidamos. El repaso periódico de tu diario espiritual te puede evitar mucho sufrimiento y dolor innecesarios.
Sé paciente con Dios y contigo mismo.
Una de las frustraciones de la vida es que el programa de Dios raramente es igual al nuestro. A menudo tenemos prisa, pero Dios no. Es posible que te sientas frustrado con el progreso aparentemente lento que estás experimentando. Recuerda que Dios nunca anda deprisa, pero siempre llega a tiempo. Él usará toda tu vida preparándote para tu papel en la eternidad. La Biblia está llena de ejemplos de la manera en que Dios utiliza un largo proceso para desarrollar el carácter, sobre todo en los líderes. Tomó ochenta años para preparar a Moisés, incluyendo cuarenta en el desierto. Por 14.600 días Moisés siguió esperando y preguntándose: “¿Ya es hora?” Pero Dios seguía diciendo: “Todavía no”. Contrariamente a los títulos de los libros populares, no hay Pasos fáciles para alcanzar la madurez o los Secretos de la santidad instantánea. Cuando Dios quiere hacer crecer un roble gigante, toma cien años; pero cuando quiere hacer un hongo, lo hace en una noche. Las almas grandes crecen y se forman atravesando luchas, tormentas y tiempos de sufrimiento. Ten paciencia con el proceso. Santiago aconsejó: “No intentes salir de nada prematuramente. Dejen que haga su trabajo para que ustedes lleguen a ser maduros y bien desarrollados”.
No te desanimes.
Cuando Habacuc se deprimió porque pensaba que Dios no estaba actuando con suficiente rapidez, Dios le dijo: “Las cosas que planeo no ocurrirán inmediatamente. Lentamente, con tranquilidad, pero con certeza, se acerca el tiempo en que la visión se cumplirá. Si parece muy lento, no desesperes, porque estas cosas tendrán que ocurrir. Ten paciencia. No se retrasarán ni un solo día”. Un retraso no significa negación de parte de Dios. Recuerda cuánto has progresado, no únicamente cuánto te falta. No estás donde quieres, pero tampoco donde estabas. Hace años las personas usaban un botón muy popular con las siguientes letras: PFTPDNHTCT: “Por Favor Ten Paciencia, Dios No Ha Terminado Conmigo Todavía”. Dios no ha terminado contigo tampoco, así que sigue avanzando. ¡Hasta el caracol subió a bordo del arca por su perseverancia!