viernes, 24 de junio de 2011

Tema del dia 92

CONFESAR EL SEÑORÍO DE JESÚS ES LA CLAVE PARA DESBLOQUEAR LA FE
Debemos continuamente confesar que el Señorío de Cristo es el corazón del evangelio


Pocos cristianos se dan cuenta del lugar que tiene la confesión en el esquema de las cosas de Dios. Y es de lamentarse que cada vez que usamos la palabra “confesión” la gente piensa en confesión de pecados, debilidades y caídas, o en la falsa doctrina de que “lo que dices recibes”. La confesión de pecados es el lado negativo de la confesión, pero hay un lado positivo y ¡la Biblia tiene más qué decir de los aspectos positivos de la confesión que de los negativos”. El diccionario dice que la confesión significa “conocer o poseer, tener y reconocer fe en algo”. Significa también hacer una confesión de los defectos, pero también de las cualidades. 


Hay cuatro tipos de confesión en el Nuevo Testamento: 
(1) Las enseñanzas de Juan el Bautista y Jesús relacionadas con el perdón de pecados de los judíos 
(2) La confesión del pecador actual 
(3) La confesión de los pecados del creyente 
(4) La confesión de nuestra fe en la Palabra de Dios al confesar el Señorío de Jesús en nuestras vidas.


CONFESIÓN DE PECADOS DE LOS JUDÍOS
Es importante hacer la distinción entre los pecados de los judíos bajo el primer pacto, a quienes Jesús y Juan el bautista hablaron en la Escritura, y los pecados de los no creyentes actuales que nunca han conocido a Cristo. Mt 3:5-6 Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Aquí vemos la imagen de la gente del primer pacto de Dios confesando sus pecados y siendo bautizados por Juan. Este no era el bautismo cristiano. Jesús todavía no moría y resucitaba. Juan no bautizó en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Bautizó para arrepentimiento. Estas personas eran judíos bajo la ley. 


CONFESIÓN DEL PECADOR ACTUAL
Jn 16:7-11 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado


Note las palabras de Jesús en el verso 9 “de pecado, por cuanto no creen en mí”. Jesús nos enseña que el pecador no será convencido por el Espíritu Santo de pecados, sino de pecado, por cuanto no creen en mí. Los pecados son resultado del pecado de no creer en Jesús. Muchas veces se ha insistido que los pecadores confiesen todos los pecados que han cometido para que puedan ser salvados. Sin embargo, no se puede confesar todos los pecados que se han cometido. ¡No se podría recordar todo lo que se ha hecho! La confesión esencial que el pecador debe hacer es la del Señorío de Cristo. Cuando la mujer adúltera fue descubierta en el acto mismo del adulterio y traída a los pies de Jesús, ella fue perdonada simplemente al responder a la pregunta de Jesús de si ninguno la había condenado: “Ninguno, Señor”.  Eso fue suficiente. Entonces Jesús le dijo – dado que ella lo confesó como Señor: “Ni yo te condeno”. En Hch 19:18 leemos: “Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos”.  Estos eran gentiles. No dice lo que confesaban, pero es evidente por el versículo siguiente que confesaban las artes mágicas que venían practicando: “Muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de ellos” (v19). Ellos no confesaban esas cosas para ser salvos, porque ya lo eran. Se rindieron porque ahora ya eran salvos. Así que mucha gente pone la carretilla delante del caballo. Le dicen a la gente no salva: “Vas a tener que dejar esto y vas a tener que renunciar a esto otro antes de que puedas ser salvo”, y por eso no se acercan a Jesús ni a la iglesia. Debemos entender que el problema principal es que acepten el Señorío de Jesús, y entonces esas otras cosas serán hechas por sí mismas. Había una familia en la que la esposa era salva pero el esposo no. Cuando el pastor los visitó en su casa y lo invitó a la iglesia, él dijo: “No, no quiero ir a la iglesia, porque cuando he ido me siento incómodo. Me siento como arrestado. Justo esta mañana mi esposa me reprochó el por qué no he dejado ya esto y aquello para ser salvo. Ello no lo sabe, pero durante semanas he tratado de dejar esas cosas, pero siempre vuelvo a ellas. He tratado y he fallado. Es inútil que vaya a la iglesia, no puedo dejar eso.” Ese es un ejemplo de confesión al revés. Estaba tratando de limpiar su vida y dejar sus malos hábitos – estaba tratando de hacerlo él solo – para poder ser salvo. Pero lo que tenía qué hacer era confesar a Jesús como Señor: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo” (Ro 10:9). El pecador ha servido a Satanás. Él es culpable de un solo pecado a la vista de Dios: el rechazo de Jesús como Señor y Salvador. Dios demanda que el pecador confiese el Señorío de Jesús para ser salvo, lo cual es el corazón del evangelio. Demandar que un pecador confiese sus pecados delante de Dios para que sea hecho una nueva criatura no hace más sentido que si un gobernador de un Estado le dice a un convicto en prisión: “Te dejaré salir si confiesas que estás en prisión”. ¡Es un hecho evidente que está en prisión! De la misma manera, es evidente que el pecador es un hijo del diablo. Lo que debe confesar es que Jesús es el Señor. Cuando lo haga, en verdad comenzará a sentirse mal por sus pecados en el pasado y se alejará de ellos, los olvidará completamente y reconocerá que necesita un Salvador. Entonces dejará que Jesús domine su vida diaria. Nótense también las palabras: “que si confesares con tu boca”. Debe haber una confesión vocal, audible. Los labios deben pronunciar las palabras. La confesión no es solo por nuestro bien, sino por todo el mundo, y para Satanás, quién hasta entonces había regido nuestras vidas. Una vez, predicador le pidió a uno de los congregantes que había estado asistiendo a los servicios de oración por cinco días a la semana durante seis meses que se levantara y diera su testimonio (porque el Señor le había mostrado que ese hombre tenía un problema en su corazón). El hombre trastabilló y tartamudeó diciendo: “Perdón pero no puedo, no soy salvo todavía”. El predicador le pidió que abriera su Biblia en Ro 10:9-10 y leyera el versículo en voz alta. Él leyó: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.  Le pidió que leyera la última frase otra vez, y él repitió: “con la boca se confiesa para salvación”.  Le dijo: “Ciertamente no puedes ser salvo hasta que no confieses. Es con la boca que se confiesa para salvación, de acuerdo con las escrituras que acabas de leer. Ahora, levántate y confiesa que Jesús es el Señor, y serás salvo”. El replicó: “Pero no siento que pueda ser salvo”. Le dijo: “Quizás no lo sientas, pero tú has venido a esta iglesia cada mañana durante seis meses orando por ser salvo”. El hombre dijo: “Sí, me he arrepentido y orado, clamando y suplicando a Dios por su perdón”. El predicador le dijo: “Entonces todo lo que te falta está en este versículo”. De algún modo, a regañadientes, se levantó y dijo: “Bueno, yo creo en estos versículos que Jesús murió por mis pecados y que fue levantado de los muertos y que Dios lo resucitó para mi justificación, así que lo recibo como mi Salvador y confieso que Él es mi Señor”. Entonces se sentó de prisa. Para dirigir la atención lejos de él y no avergonzarlo. El predicador llamó a otro hombre a testificar. Muchos otros testificaron también. Entonces el predicador fijó su atención de nuevo en el hombre, su rostro estaba radiante con la gloria de Dios, y le dijo: “¿Ahora te gustaría testificar de nuevo?”. Él saltó sobre sus pies y dijo: “Cuando hice esta afirmación, cuando confesé que Jesús es mi Señor, algo sucedió dentro de mí”. Entonces él comenzó a orar gozoso al Señor. El predicador le dijo: “¡Seguramente algo sucedió! La vida eterna ha sido puesta en tu espíritu”. 


CONFESIÓN DE LOS PECADOS DEL CREYENTE
1Jn 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad


Esta confesión es para los cristianos que han pecado por omisión o por comisión. El Espíritu Santo dice versículos después: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1Jn 2:1). Tenemos que aprender a vivir una vida limpia de pecado confesando nuestros pecados cada día. El perdón de pecados y la limpieza son una promesa de Dios para todos los creyentes y debemos practicarlo todos los días. 


CONFESIÓN DEL SEÑORÍO DE JESÚS
Mt 10:32-33 A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos


Nótese que en estos versículos Jesús establece que nuestra confesión debe ser pública. La confesión pública es realmente un rompimiento con el mundo. Define una posición. Muestra nuestro cambio de Señorío. La confesión del Señorío de Jesús nos pone de inmediato bajo su supervisión, cuidado y protección.  Antes de eso, Satanás era nuestro señor, pero ahora Jesús es nuestro Señor. La confesión no es solo a nosotros mismos y al mundo, sino también al diablo. De este modo superamos su dominio sobre nosotros y tenemos la victoria mediante Jesús. De esta manera, pues, es que desbloqueamos la fe en nuestras vidas, confesando continuamente el Señorío de Jesús en nuestras vidas.