SEÑALES Y MARAVILLAS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA parte 1.
Durante dos mil años Dios ha dado testimonio de Su poder por medio de Su Espíritu en los creyentes.
Veremos a través de la historia a las personalidades más prominentes del cristianismo.
LA ERA PATRÍSTICA, 100-600 d.C.
1º El Mártir Justino (100-165)
Justino fue un cristiano apologista quien había estudiado todas las grandes filosofías de su época. En esta Segunda Apología (cerca del año 153), Justino, al hablar acerca de los nombres, significado y poder de Dios y Cristo, escribe concerniente a echar fuera demonios y sanidades: Para innumerables personas poseídas de demonios a través de todo el mundo y en su ciudad, muchos de nuestros hombres cristianos los echaban fuera en el nombre de Jesucristo... han sanado y sanan, lanzando fuera los demonios de los hombres, quienes no habían sido curados ni por los que usaban encanto, ni drogas. En su Diálogo con Trifo (un judío muy educado), Justino se refiere al uso común de los dones espirituales: “...Ya he dicho, y repito de nuevo, que ha sido profetizado que esto sería hecho por Jesús después de Su ascensión al Cielo. Es dicho de conformidad: ‘Él ascendió a las alturas llevando la cautividad cautiva, y dio dones a los hijos de los hombres’. Y otra vez, en otra profecía es dicho: ‘Y acontecerá después, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y sobre mis siervos, y sobre mis siervas, y profetizarán’. Ahora, es posible ver entre nosotros mujeres y hombres que poseen dones del Espíritu de Dios...” En el año 150 aproximadamente, el Mártir Justino fundó una escuela de entrenamiento para discípulos en una casa en Roma, y documenta “señales y maravillas” comunes (liberaciones de demonios, sanidades y profecías), y escribe: “Los primeros apóstoles salieron y proclamaron a Cristo a todas las razas. No hay ni una sola raza de hombres, ya sean bárbaros, griegos, o cualquiera otra que tenga nombre, nómadas o errantes, pastores moradores en tiendas, entre quienes no se hayan conducido servicios de evangelismo, de oración y de acción de gracias en el Nombre de Jesús el Crucificado.” Murió como mártir en Roma.
2º Ireneo (140-203)
Fue el obispo de Lyons. Él documentó eventos recientes de señales y maravillas (liberaciones, visiones, profecías) y argumentaba a favor de los dones espirituales. Sus cinco libros Contra Las Herejías, son dedicados a la herejía del gnosticismo. Al refutar esta doctrina, él dice: “Porque algunos tienen conocimiento previo de las cosas por venir; ellos ven visiones y pronuncian expresiones proféticas. Otros aun sanan a los enfermos por medio de imponer las manos sobre ellos.” El historiador Eusebio cita a Ireneo: “Algunos creyentes en realidad y sin duda alguna echaban fuera demonios, y las personas que eran limpiadas de tales espíritus inmundos, llegaban a creer y eran recibidas en la Iglesia. Y más que eso, como dijimos antes, aun los muertos eran levantados (resucitados) y nos acompañaron durante muchos años...Como hemos escuchado, muchos hermanos en la Iglesia tenían dones proféticos y hablaban en diversas clases de lenguas a través del Espíritu. Otros también traen a la luz las cosas secretas de los hombres para su beneficio, y exponen los misterios de Dios”. Ireneo, reprendiendo a los que se oponían al Frigianismo (montanistas), escribió: “En su deseo de frustrar los dones del Espíritu que han sido derramados según la voluntad del Padre sobre la raza humana en estos tiempos, ellos no aceptan ese aspecto presentado por el Evangelio de Juan, en el cual el Señor prometió que enviaría el Paracleto; no obstante, rechazan al momento tanto el Evangelio como el Espíritu profético. ¡Ciertamente son hombres miserables! De veras que desean ser pseudoprofetas, sin embargo, rechazan los dones de profecía de la iglesia... En su epístola a los Corintios, Pablo habló expresamente de los dones proféticos y reconoció a los hombres y mujeres que profetizan en la Iglesia. Por consiguiente, pecando contra el Espíritu de Dios en todos estos detalles, ellos caen dentro del pecado irremisible (que no tiene perdón)”. El argumento de Ireneo en esta cita, es especialmente aplicable al debate común sobre las evidencias visibles del bautismo en el Espíritu Santo. Primero, él argumenta por implicación que la venida del Espíritu profetizado en Juan 14 y 15 no es meramente la promesa de una experiencia exclusivamente personal, individualizada y silenciosa en lo más profundo del corazón de la persona. Por el contrario, Ireneo sugiere que hay algo visible acerca de la venida del Espíritu, algo poderoso, algo evidente. Esto es ciertamente respaldado por el Libro de los Hechos. Segundo, Ireneo razona de 1 Corintios, que la experiencia del Espíritu, particularmente en la profecía, debe ser un elemento fundamental de la vida de la Iglesia. Primera de Corintios es reconocida como una epístola autoritativa, y lo que Pablo escribió es aceptado sin argumentos. Él no hace intento alguno de “dar explicaciones”. Tercero, Ireneo hace una conexión entre el rechazo del ministerio sobrenatural del Espíritu Santo y el pecado imperdonable (Mt 12:31), el cual, hace un paralelo precisamente con la enseñanza de Jesús sobre este tema. Así como los frigianos (montanistas), él también fue acusado de ministrar milagros por otro espíritu. Escuchamos un eco familiar en la objeción popular de los que no creen en los dones: “Hablar en lenguas es del diablo".
3º Montano (cerca de los años 120-175).
El levantamiento del montanismo tomó lugar bajo un nuevo converso llamado Montano (cerca del año 156) en Frigia. Fue un movimiento puritano, profético, carismático, milenario y apocalíptico, que reclamaba haber sido llamado a traer al mundo una nueva era del poder del Espíritu Santo. Montano recibió una experiencia visible durante su bautismo en agua. Él habló en lenguas y comenzó a profetizar, declarando que el Paracleto, el Espíritu Santo prometido en el evangelio de Juan, le estaba usando como Su portavoz. En el año 206, Tertuliano se unió a los Montanistas. En el 230 el movimiento fue excomulgado por el Sínodo de Iconio pero, aunque perseguido, continuó como un movimiento secreto hasta cerca del año 880. Wesley, en conjunción con muchos otros de siglos más tarde, creyeron que los Montanistas eran un “movimiento de avivamiento” genuino predispuesto por líderes celosos, descarriados e insensibles de la era que se oponían a las manifestaciones del Espíritu.
4º Tertuliano (cerca de los años 160-220)
No se conocen muchos detalles acerca de la vida de Tertuliano. Él fue criado en el paganismo cultural de Cartago. Se hizo cristiano y se unió al movimiento Montanista alrededor del año 206. Fue un escritor prolífico. En el capítulo cinco de su obra: “A Escapula”, confiere el siguiente relato sobre el echar fuera demonios y sanidades: “Todo esto puede que haya sido traído ante su atención oficialmente y por los mismos mediadores, quienes están también bajo obligación hacia nosotros aunque en corte expresan sus opiniones (voces) como mejor les place. El secretario de uno de ellos que estaba expuesto a ser lanzado a tierra por un espíritu del mal, fue libertado de su aflicción, al igual que el pariente de otro y el niño de un tercero. ¡Cuántos hombres de rango (sin mencionar de la gente común) han sido liberados de los demonios y sanados de enfermedades! Aun el mismo Severo padre de Antonina, era muy gentil y atento con los cristianos, pues buscó al cristiano Procolo a quien llamaban Torpacio, el mayordomo de Euhodia, y en gratitud por haber orado por su sanidad una vez por vía de la unción, él le mantuvo en su palacio hasta el día de su muerte.” También escribió: “Cristo les ordenó que fueran a enseñar a todas las naciones. Por consiguiente, los apóstoles salieron a cumplir tal orden inmediatamente”. “La sangre de los mártires es como semilla”. “No hay una nación que en realidad no sea cristiana”’.
5º Novaciano (210-280)
Novaciano de Roma, es notable por dos razones: fue el antipapa del partido puritano en la Iglesia, y le otorgó a la Iglesia del occidente su primer tratamiento completo sobre la Trinidad. En el Capítulo 29 del Tratado Concerniente a la Trinidad, escribe acerca del Espíritu: “Este es quien coloca los profetas en la Iglesia, instruye a los maestros, dirige las lenguas, otorga las sanidades, efectúa obras maravillosas, confiere intuición para discernir los espíritus, confiere autoridad a los gobiernos, ofrece asesoramiento, ordena y organiza los demás dones sobrenaturales, haciendo la Iglesia del Señor, de esa manera y en todas partes, perfecta y completa.”
6º Antonio (cerca de los años 251-356)
El capítulo 40 de la biografía de Antonio, escrita por Atanasio, muestra la obra de Antonio con lo sobrenatural, especialmente al tratar con los demonios: “Una vez, un demonio muy alto, apareció con una procesión de malos espíritus y dijo intrépidamente: ‘Yo soy el poder de Dios, soy Su providencia. ¿Qué desea que le otorgue?’ Yo entonces soplé mi aliento sobre él, llamando el Nombre de Cristo y traté de golpearle. Al parecer tuve éxito, pues inmediatamente, tan vasto como era él, junto a todos sus demonios, desapareció al escuchar el nombre de Cristo.”
7º Hilarión (cerca de los años 291-371)
Hilarión fue un asceta, educado y convertido en Alejandría. Para el tiempo en que había permanecido en el desierto, un período de 22 años, ya había venido a ser mundialmente conocido por su reputación a través de todas las ciudades de Palestina. Jerónimo, en su obra: “La Vida del Santo Hilarión”, relata respecto a un número de milagros, sanidades y expulsiones de demonios que ocurrieron durante su ministerio. “Facidia es un suburbio pequeño de la ciudad de Rinocorura, una ciudad de Egipto. Desde esta aldea, una mujer que había estado ciega por más de diez años fue traída para ser bendecida por Hilarión. Al ser presentada a él por los hermanos, ella le dijo que había gastado todos sus recursos en médicos. Hilarión le replicó a ella: ‘Si lo que perdiste en médicos se lo hubieras dado a los pobres, Jesús el Médico genuino, te habría sanado hace mucho tiempo’. Entonces ella clamó en alta voz y le imploró que tuviera misericordia de ella. Luego, siguiendo el ejemplo del Salvador, le untó saliva sobre los ojos y fue curada inmediatamente.” Jerónimo concluye la sección donde contó acerca de la vida de Hilarión al declarar: “Aunque quisiera, no habría tiempo para decir todas las señales y maravillas ejecutadas por Hilarión...”
8º Macrina la más joven (cerca de los años 328-380)
Macrina fue la hermana de Basil, obispo de Cesarea, y también de Gregorio, obispo de Nisa. Gregorio narra acerca de la siguiente sanidad: “Había entre nosotros una niñita que padecía de un ojo por causa de una enfermedad infecciosa. Era algo terrible y patético ver cómo la membrana que rodeaba la pupila de su ojo se hinchaba y se ponía blanca por dicha enfermedad. Me fui al cuarto de los hombres donde su hermano Pedro era Superior, y mi esposa se fue al de las mujeres para estar con Macrina. Después de un intervalo de tiempo nos estábamos preparando para marcharnos pero Macrina no permitió que mi esposa se fuera; le dijo que no dejaría ir a mi hija a quien tenía entre sus brazos, hasta que nos diera de comer algo y nos ofreciera ‘la opulencia de la filosofía’. Ella besó la niña, como uno pudiera esperar, colocando sus labios sobre su ojo; cuando notó la pupila enferma, dijo: Si me hace el favor de permanecer hasta la hora de la comida, les daré algo a cambio de tal honor. Cuando la madre de la niña le preguntó qué era, la gran dama replicó: ‘Tengo una medicina que es especialmente efectiva para curar cualquier enfermedad de la vista’. Nos quedamos con mucha alegría y más tarde partimos de regreso a nuestro hogar muy felices. Cada uno de nosotros contaba su propia historia en el camino. Mi esposa estaba contando todo en orden, como si fuera un tratado, y cuando llegó el punto en el cual la medicina fue prometida, interrumpió la narración y dijo: ‘¿Qué hemos hecho? ¿Cómo olvidamos la promesa, la medicina de los ojos?’. Me molesté de nuestro olvido, y rápidamente envié a uno de mis hombres de vuelta a buscar la medicina. Cuando la niña, que estaba en brazos de su niñera, miró a su mamá, ésta, al mirarla al ojo enfermo notó algo sorprendente y dijo inmediatamente: ‘Deja de preocuparte por nuestro olvido’. Ella dijo esto a toda voz, gozosa y temblando. ‘Nada de lo que fue prometido ha sido omitido, sino que la verdadera medicina que cura las enfermedades, la cura que viene de las oraciones, eso es lo que ella nos ha dado y ya obró. Nada queda de la enfermedad de los ojos’. A medida que decía esto, tomó la niña y me la colocó en mis brazos. Yo también comprendí entonces los milagros en el evangelio que antes no creía, diciendo: ‘¡Qué cosa maravillosa es que los ciegos reciban la restauración de su vista por la mano prodigiosa de Dios a través de sus fieles servidores! Es la fe en Jesús la que obra tales milagros a través de ellos.